6/10/09

Carta 1

Estoy solo, sentado en una silla que chirría ruidosamente. Escribo ya una carta. No sé el destinatario ni me interesa. Solamente le aconsejo cosas, le planteo mis problemas y le hablo de lo que se me ocurra. Sé que la soledad me hizo daño. Sé, también, que ese daño es propio del humano. Sé también que ese humano es propio del daño. Pero en realidad no sé nada. A veces dudo de mi existencia a lo cual, en este momento, lo considero un pensamiento absurdo y carente de realidad. No soy. Ahora sí que no soy. O mejor dicho ¿qué soy? Soy, indudablemente, el significado de lo que escribo, la forma en que lo hago. Quisiera ser feliz y no puedo. Sentado aquí, en la silla que chirría es imposible. Debería salir a buscar esa dicha pero está en mí no querer hacerlo. Quizás si le pongo un poco de aceite a la silla seré feliz pero lo más probable es que no. ¿Quién sabe? ¿Quién puede decirme con certeza inapelable que mi felicidad no llegará cuando yo le ponga aceite a la silla? Nadie. Voy a hacerlo. Ya lo hice. No soy feliz. Debería controlar mis esperanzas para que mi decepción sea más leve y fugaz. Puedo hacerlo. No puedo hacerlo. Quisiera poder. Después de todo, todo esto no sirve para nada. Ni yo.

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