6/10/09

Carta 2 - Crema de enjuague

Pulso la perilla de la luz artificial. Sin que yo pueda siquiera intuir, a una velocidad imperceptible, rayos electromagnéticos abrazan mi cuarto y la clara realidad se prosterna ante mis ojos. Disipo mis dudas: no hay nadie. Sólo la tenue solidez perpetua de las cosas. Puedo ver de otra manera, de una, quizás, menos conveniente y terrible. Apabullante. Miro como si no fuera un hombre, ni un animal, como si no fuera un ser, fuera de mí, desde el costado del mundo de las percepciones. Veo cómo todo cambia, se interpola, cómo la verdad es una sola, indisoluble y compacta. Veo el intento de los hombres en organizarlo todo, restringiendo así su condición de libertad. Estoy sucio. En cuanto me levante tendré que bañarme. Ahora dormiré.
Ya es de mañana y existo. Una lagaña se cuela por mis pupilas húmedas y la molestia me irrita. Con pesadez voy hasta el baño y examino con delicadeza frente al espejo mi ojo. Logro encontrarla y la tiro. Ya nada me preocupa. Me bañaré. Prendo la ducha. Mis oídos perciben con tenacidad el ruido que provoca el agua al caer al piso. Oigo un bullicio lejano. Ya me aseo. Coloco en mi cabello un perfumado cosmético, refriego solemnemente como si de ese modo pudiera limpiar mis pensamientos cuando de repente comienzo a transformarme. Mis manos se aglutinan a mi cabeza y comienzo a sentir mis brazos como si fueran un líquido viscoso. El agua de la ducha comienza a golpearme sin piedad, originando en mis membranas cráteres insignificantes. Voy desapareciendo, muy de a poco, en un impulso de la naturaleza de la gravedad. Comienzo a caer, lentamente, sin intención, sólo dejándome caer. Sólo dejando que mi cuerpo sea lo que quiere ser. Sin impedimentos, ni condicionamientos.Ya me resigno, no lucho, mi piel se va transformando en una crema que llega hasta mis huesos y que también los transforma. Mis órganos, mis huesos, mis pensamientos, mi vida, toda mi vida, ahora es, inexplicablemente, crema de enjuague.

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