17/10/09

Sábado (Fragmento de La Náusea, Sartre.)

Cuando uno vive, no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale,
¿o es todo? Nunca hay comienzos. Los días se añaden a los días sin ton ni son, en
una suma interminable y monótona. De vez en cuando, se saca un resultado parcial;
uno dice: hace tres años que viajo, tres años que estoy en Bouville. Tampoco hay fin:
nunca nos abandonamos de una vez a una mujer, a un amigo, a una ciudad. Y
además, todo se parece: Shangai, Moscú, Argel, al cabo de quince días son iguales.
Por momentos —rara vez— se hace el balance, uno advierte que está pegado a una
mujer, que se ha metido en una historia sucia. Dura lo que un relámpago. Después de
esto, empieza de nuevo el desfile, prosigue la suma de horas y días. Lunes, martes,
miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926.

12/10/09

Restringido propósito (Oliverio Girondo)

Demasiado corpóreo,
limitado,
compacto.
Tendré que abrir los poros
y disgregarme un poco.
No digo demasiado.

10/10/09

Nadie sabe
Cómo ni cuando
Pero acomete la súbita noche
Nadie sabe
El enigma inextricable.
Y cuando se pregunta:
El silencio.

9/10/09

La sombra del infausto.

¡Ah! ¡Con qué feroz porfía acometió a mi vida! ¡Con qué fuerza se incrustó en mi mente revolucionando mi sosiego y arrancando de raíz mi dicha!

La gélida noche atrofiaba mis huesos. Mis pasos imprecisos y tímidos resonaban para mi interior como un corazón desesperado. Sombras incongruentes se proyectaban en las baldosas y se quebraban contra las paredes. ¿Qué esperanza resurgiría para convencerme de que la vida tenía un propósito digno de ser seguido? ¿Escupiría mi desazón y me abriría paso entre la masa innoble? Una vez más lo haría. Entre ocultadas mentiras y desnudas verdades. Mi sombra, artificio de lo fútil, caminaba a mi lado. Mi infundada soledad ¡ah! ¡Qué terrible destino!
El desánimo colmaba mis sentidos y mi pesar divagaba entre la niebla cuando de repente oí endebles risas provenientes de un hogar.¿Qué feliz mentira vivirían?¿Con cuánta inocencia angelical me encontraría al asomar por su ventana? Mis dudas se pudieron despejar sólo cuando atisbé hacia allí y de repente la vi: su belleza distante se clavó en mí como una puñalada impía y mi debilitado cuerpo cayó como una vieja ruina ante su virtud incandescente. Todo desapareció menos su rostro impoluto y lumínico. ¡Qué magnificencia divina! Sólo entonces entendí mi soledad, mi penumbra silenciosa y mordaz. El augurio del fin clamaba en el oscuro equilibrio terrenal y ensordecía a mi espíritu sin luces. La ausencia de su inmaculada imagen empujaba a mi alma hacia un abismo.¡Ah! ¡El imponderable dolor de que no habite en mi su hermosura insondable!¡ Me prosterno ante el cielo apagado, ante la luna llena, y rezo, como un fiel cristiano y lloro, cual fantasma desdichado, por su distancia inapelable y el odio efervescente que se desprende de mis venas!

6/10/09

Carta 2 - Crema de enjuague

Pulso la perilla de la luz artificial. Sin que yo pueda siquiera intuir, a una velocidad imperceptible, rayos electromagnéticos abrazan mi cuarto y la clara realidad se prosterna ante mis ojos. Disipo mis dudas: no hay nadie. Sólo la tenue solidez perpetua de las cosas. Puedo ver de otra manera, de una, quizás, menos conveniente y terrible. Apabullante. Miro como si no fuera un hombre, ni un animal, como si no fuera un ser, fuera de mí, desde el costado del mundo de las percepciones. Veo cómo todo cambia, se interpola, cómo la verdad es una sola, indisoluble y compacta. Veo el intento de los hombres en organizarlo todo, restringiendo así su condición de libertad. Estoy sucio. En cuanto me levante tendré que bañarme. Ahora dormiré.
Ya es de mañana y existo. Una lagaña se cuela por mis pupilas húmedas y la molestia me irrita. Con pesadez voy hasta el baño y examino con delicadeza frente al espejo mi ojo. Logro encontrarla y la tiro. Ya nada me preocupa. Me bañaré. Prendo la ducha. Mis oídos perciben con tenacidad el ruido que provoca el agua al caer al piso. Oigo un bullicio lejano. Ya me aseo. Coloco en mi cabello un perfumado cosmético, refriego solemnemente como si de ese modo pudiera limpiar mis pensamientos cuando de repente comienzo a transformarme. Mis manos se aglutinan a mi cabeza y comienzo a sentir mis brazos como si fueran un líquido viscoso. El agua de la ducha comienza a golpearme sin piedad, originando en mis membranas cráteres insignificantes. Voy desapareciendo, muy de a poco, en un impulso de la naturaleza de la gravedad. Comienzo a caer, lentamente, sin intención, sólo dejándome caer. Sólo dejando que mi cuerpo sea lo que quiere ser. Sin impedimentos, ni condicionamientos.Ya me resigno, no lucho, mi piel se va transformando en una crema que llega hasta mis huesos y que también los transforma. Mis órganos, mis huesos, mis pensamientos, mi vida, toda mi vida, ahora es, inexplicablemente, crema de enjuague.

Carta 1

Estoy solo, sentado en una silla que chirría ruidosamente. Escribo ya una carta. No sé el destinatario ni me interesa. Solamente le aconsejo cosas, le planteo mis problemas y le hablo de lo que se me ocurra. Sé que la soledad me hizo daño. Sé, también, que ese daño es propio del humano. Sé también que ese humano es propio del daño. Pero en realidad no sé nada. A veces dudo de mi existencia a lo cual, en este momento, lo considero un pensamiento absurdo y carente de realidad. No soy. Ahora sí que no soy. O mejor dicho ¿qué soy? Soy, indudablemente, el significado de lo que escribo, la forma en que lo hago. Quisiera ser feliz y no puedo. Sentado aquí, en la silla que chirría es imposible. Debería salir a buscar esa dicha pero está en mí no querer hacerlo. Quizás si le pongo un poco de aceite a la silla seré feliz pero lo más probable es que no. ¿Quién sabe? ¿Quién puede decirme con certeza inapelable que mi felicidad no llegará cuando yo le ponga aceite a la silla? Nadie. Voy a hacerlo. Ya lo hice. No soy feliz. Debería controlar mis esperanzas para que mi decepción sea más leve y fugaz. Puedo hacerlo. No puedo hacerlo. Quisiera poder. Después de todo, todo esto no sirve para nada. Ni yo.

La congestión.

Puedo saber con certeza lo que estás pensando- dijo María mientras lanzaba una mirada escrutadora a su esposo.
Mario la miró con profundo terror y sorpresa. Primero sintió nervios, luego indecisión y finalmente implacable venganza.
No lo hagas- dijo María tratando de causar en su esposo una especie de lástima piadosa.
No lo hagas…- Repitió en una voz casi muda Mario mientras el mundo, allí afuera, cambiaba de una manera constante e impredecible.
Ahora los ojos de Mario destruían las baldosas y un espanto apacible gobernó su mente.
Puedo saber con certeza lo que estás pensando- dijo Mario mientras tomaba el arma y gatillaba de una manera constante e impredecible.